El “Templo de la Velocidad”

El “Templo de la Velocidad”

El Autódromo Nazionale di Monza es uno de los circuitos legendarios de la F.1. También se lo conoce como “Pista Mágica”.

Por Roberto Nemec

El circuito de Monza fue inaugurado en julio de 1922 y se encuentra a sólo 200 km de la sede de la La Scuderia en Maranello, por lo que está considerado la “casa” de Ferrari.
Acogió la primera competición de bólidos en el año de su apertura y se incorporó al Campeonato del Mundo de Fórmula 1 como sede del Gran Premio de Italia en 1950. Apodado el “Templo de la Velocidad”, ostenta varios récords en esa materia, entre ellos, el de ser la prueba más veloz del calendario. No es de extrañar que también se le conozca como la “Pista Mágica”.


Cada año, miles de tifosi acuden al circuito para apoyar incondicionalmente a su equipo, el Cavallino Rampante, ofreciendo un ambiente único. La tradición, la pasión, la gloria y también la tragedia, forman parte de uno de los escenarios clásicos del certamen. Allí, Michael Schumacher con cinco triunfos, se convirtió en el piloto más ganador. De las sesenta y ocho ediciones que hasta hoy se han celebrado de la carrera transalpina, sesenta y siete fue en el mencionado asfalto. Por todos estos factores, el Circuito de Monza constituye un elemento esencial en la historia del Gran Circo.
Evolución del trazado
Como no podía ser de otro modo, la construcción del autódromo transalpino batió récords de velocidad. Un total de 3.500 operarios comenzaron las obras en mayo de 1922 y tan solo dos meses después ya las habían finalizado. La pista, con una extensión de 10 km, estaba compuesta por un recorrido mixto de 5,5 km y por el famoso óvalo de 4,5 km. Se inauguró oficialmente el 3 de septiembre de 1922 y siete días más tarde acogió el segundo Gran Premio de Italia. Desde las primeras pruebas se mostró como un asfalto vertiginoso y peligroso donde se alcanzaban velocidades muy altas.


La pista actual

El trazado actual mide 5,79 km y cuenta con 11 curvas, cuatro a izquierdas y siete a derechas. La configuración, como todo en el Circuito de Monza, constituye un desafío extremo: grandes aceleraciones y fuertes frenadas. Las largas rectas (salida y contrameta) hacen que los motores rindan al máximo durante el 70 % de la carrera y que la carga aerodinámica sea baja en los monoplazas.
Al mismo tiempo, los frenos, activos el 11% de cada giro, realizan un trabajo muy fuerte para detener el vehículo en secciones muy cerradas, como la Variante del Rettifilo. En ella los monoplazas pasan de 350 km/h a 90 km/h en unos instantes. Otro elemento protagonista son las suspensiones que deben adecuarse especialmente para esta prueba por la altura de los pianos y poder salir de las chicanes con buena tracción.

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