Hace 135 años nació uno de los inventos más importantes de la historia de la humanidad: el automóvil.
Por Roberto Nemec
El 29 de enero de 1886 fue el punto de origen de una próspera y fecunda industria. La fecha responde al otorgamiento de la licencia del invento del “vehículo motorizado con motor de gasolina”: 37435 fue el número del registro alemán de patentes. Lo presentó el ingeniero Carl Benz en la Oficina Alemana de Patentes Imperial en Berlín. Recibió el nombre de Benz Patent-Motorwagen, la traducción literal de quién era, su presentación: “auto a motor patentado Benz”. La historia encontró unanimidad en este faro: se lo considera el primer automóvil propulsado a combustión interna de todos los tiempos. El hacedor de una era hace nueve años se conserva en forma de documento de patente en el Programa Memoria del Mundo de la Unesco, Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.
Su primera aparición pública data del 3 de julio de 1886. Inspiraba desconfianza, miedo. Era una amenazante armatoste de tres ruedas, estaba construido con tubos de acero y paneles de madera, caucho sólido y llantas de acero para las ruedas, podía transportar hasta cuatro personas. Era un vehículo funcional: motor, chasis y tren de tracción constituían una unidad integrada. Más que un auto, fue un triciclo motorizado el instrumento que comenzó a poner en movimiento al mundo. Empleaba un motor de cuatro tiempos con un cilindro horizontal de 954 cm3 de desplazamiento, que podía girar a 400 rpm y alcanzar una potencia de 0,75 CV. Su velocidad máxima alcanzaba los 16 kilómetros por hora.
El primer viaje sobre un vehículo propulsado por combustión interna le guardó un lugar preponderante a una mujer. Fue Bertha Benz, la esposa de Carl, quien sacó al invento de las fronteras de la fábrica y lo puso por primera vez en la calle. Buscaba demostrar la idoneidad del invento en un viaje larga distancia (el primero de la historia de la humanidad) desde la ciudad de Ringstrasse, en la localidad alemana de Mannheim, hasta Pforzheim. Le dejó una carta a su marido que decía: “Vamos a Pforzheim a ver a la abuela“. Y la mañana del 5 de agosto de 1888, dos años después de la aprobación de la patente, comenzó la aventura de la industria automotriz.
Viajaron Bertha y sus dos hijos, Eugen (14 años) y Richard (15). El recorrido de 104 kilómetros de distancia no fue feliz: percances técnicos y logísticos confabularon con la gesta. La ruta desconocida, el desgaste de los frenos, la poca autonomía y la baja capacidad de almacenamiento de combustible, el cansancio del motor hizo que el viaje de bautismo fuera traumático. Para el camino de regreso, con las previsiones de rigor, el vehículo -aunque rudimentario- demostró ser confiable y eficiente. La travesía se vistió de hazaña y crió un cambio en la consideración popular. La utilidad y los beneficios del Motorwagen fueron propagándose. Carl Benz remodeló el vehículo por las peripecias del viaje: diseñó una caja de cambios de tres velocidades y el precario sistema de frenos fue reemplazado por uno más avanzado. La renovación se implementó y las suspicacias de la sociedad finalmente cedieron: comenzó la demanda de automóviles y el surgimiento de un nuevo paradigma de movilidad.
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